Vengo de la CAO chicoo!

Vengo de la CAO chicoo!

martes

Llueve sobre mojado


Me presento. Me llamo Estefanía. Tefi para los amigos. Campeona de tuti fruti. Geóloga en proceso. Desiquilibrada emocional. Conductora suicida (como lo pronosticó Manu). Copilota de cuarta. Imán para los problemas. Persona sin filtro. Todo eso encierra este metro ochenta (casi). Ayer, como anduvo diciendo mi compa Manuela, fue un día de mierda. Feo. Horrible. Gente llorando, gente triste, gente sin ganas de nada anduvo urgueteando en la casa, y desde temprano. Todas las cosas que tenía que hacer se cagaron. 1° Ir a la facu: Imposible. Llanto. Y con despedida incluída. 2° Estudiar: Imposible de nuevo. Que se concentre magolla. 3° Sacar tickets: Enserio pensaron que pudimos? No, claramente no era el día. Llegamos y ya habían vendido todos los números. Injusticia total. 4° Esperamos el 202 VEINTE MINUTOS al rayo del sol. Nos asamos. 5° Dormir la siesta: Un simpático señor sin dientes vino a instalar una canaleta con su simpático taladro. Me cago en Dios. Yo no se si es el karma, el Universo, una conspiración, "Dios", Buda, Mahoma o si soy yo. Pero por qué todo lo malo se tiene que concentrar en un día? No es un poco injusto? Conclusiones: - El dicho "al que madruga Dios lo ayuda"...ES MENTIRA. - Si un día empieza mal, puede terminar peor. - Resulta ser que no soy tan optimista como creía serlo. - No me gusta fumar sola (y a Vane tampoco). - Acarrear demasiadas valijas hace que uno se acuerde de Bariloche, lo que provoca más llanto. - La velocidad de Esteban manejando la ambulancia es inversamente proporcional a la distancia recorrida por el tiempo transcurrido que corrimos con Manu al costado del móvil como dos idiotas (Vale aclarar que nos quería pisar). Yo se que no soy la madre Teresa de Calcuta y que tampoco me van a dar el Premio Nobel de la Paz. Pero prometo que si la vida me deja de molestar (no hace más de dos semanas se mudó otra amiga a Formosa y me dejó mi novio), me voy a portar bien, no voy a pelear a nadie, dejaré de despertar a Vane, no gritaré más para que Lucrecia sea felíz, iré a la facu en los horarios indicados, barreré el cuarto, lavaré mi ropa, dejaré de emborracharme, me olvidaré de mi amiga pimienta a la hora de cocinar y seré una buena niña por el resto de los días. Gracias Manu por dejarme un lugarcito para poder escribir. Vos sabés que el Sr. Facebook no me quiere.

lunes

Realmente este día no amerita para nada...yo creo en el equilibrio del Universo, pero esta balanza se está desbalanceando. ¿Cuándo se viene lo bueno?

"Creo que con una canción la tristeza es más hermosa..."

sábado


Amo tener amigas que entiendan todo...
hasta este posteo.

Valutario

De cuatro por cuatro, no es más que una caja un poco crecida. Yo creo que crece junto con nosotras. Somos tres mujeres: una niña, un adulto y yo, que todavía no logro insertarme en ninguna categoría. En esa caja se deposita casi toda nuestra vida. Por qué digo casi? Porque en la cajita de al lado habitan dos seres maravillosos que hicieron posible nuestra existencia. La separación fue triste. Pero tuvimos que aceptarlo, no existen cajas tan grandes.

Nuestra caja es especial. La conseguimos en una especie de feria americana. Al principio nos quedaba grande, pero se achicó con el segundo lavado. Ahora es perfecta. La forramos por dentro con papel violeta, era el único que nos gustaba a las tres. En una de las paredes de cartón hicimos una abertura. Con cutter para que quedara más prolijo. Por casualidad, la abertura daba al patio. Con retazos de tela le hicimos las cortinas, para espantar el rayo de luz que todas las mañanas busca caprichosamente despertarnos.

Le robamos cajitas de remedio a mamá para poder guardar la ropa y usamos la manga de un saco de papá como alfombra. Teníamos un problema grave: Dónde dormir? Mi madrina, una especie de hada de cuentos, agitó su varita y depositó en nuestra caja tres camitas de madera lustrada.

Definitivamente es la mejor caja del mundo, pero no sería nada sin esa abertura que nos comunica con la caja contigua. Nosotras no seríamos nada sin los seres que viven en ella.

martes

Habla mas fuerte que no te escuchoo!


Este es un pequeño posteo que le debo a mis amigos...con ellos no logramos mantener el hilo de un mismo tema por más de tres minutos.
El otro día en casa estábamos charlando de la nada misma, y nuestra conversación derivó en un tema muy gracioso: La gente que habla bajito. ¿Qué loco no? Seguramente todo el mundo conoce a alguien con esa característica. Hay gente que le gusta, gente que no tanto...y yo, que lo detesto!

Después de los mitómanos y la gente que escupe cuando habla, creo que no hay personas que me molesten más que las que hablan bajito. Yo no se si es por vergüenza, timidez o algún tipo de problema en las cuerdas vocales; lo que sé es que si yo puedo hablar fuerte, ¿por qué ellos no? Realmente desconozco por qué me molesta tanto que hablen bajito, será porque no soporto tener que estar como una tremenda bólida haciendo una fuerza terrible para poder escuchar a alguien que tengo a menos de un metro de distancia. Esta acción conlleva: poner cara de "me estoy desviviendo por escuchar", girar la cabeza y acercar el oído casi hasta la boca de quien me está hablando, preguntar treinta y cinco veces "¿Qué?" y utilizar frases como "Disculpame, justo hicieron un ruido y no te escuché", "¿Me podés repetir?", "Perdón, no te estaba prestando atención", todas intercaladas para no quedar como un boludo porque te tuvieron que repetir la frase cincuenta veces.

Lo peor de todo es que quedamos como unos nabos nosotros, cuando en realidad son ellos los que hablan bajito. Yo traté de encontrarle una justificación, y lo único que se me ocurrió es que quizá hablan así para no hacerles daño a los oídos de los animales. Otra cosa no se me ocurre.

Pero, si quieren hacerle un bien a su propia salud, no subestimen mi tolerancia y, por favor, HABLEN MÁS FUERTE!! Imaginense si a mi me cuesta...pobre la gente que no escucha bien! Mi papá por ejemplo, a ustedes (los de voz "angelical") los vive puteando.

lunes

Tres minutos


Hacía calor para tomar café. Era lo único que tenía. Adentro suyo, las tripas estaban interpretando un concierto de canciones. Necesitaban expresarse, liberarse. Su fiebre aumentó. Poco a poco se fue debilitando cada vez más. No creía poder sobrevivir a la espera. Quizás no quería sobrevivir a la espera. Sabía que lo que estaba por llegar no era bueno, por lo menos para él. Maldito café, bendito café. Hasta la acción de decidir si el café le había hecho un bien o no le provocaba controversias. Se enojó consigo mismo. Golpeó el puño derecho contra el piso. Frunció el ceño. Se sentó a esperar que las bacterias que se estaban desarrollando en su vientre terminaran de consumir todos sus órganos.


Pasó un rato y nada. Nada de nada. La expectativa lo estaba matando de a poco, el malestar lo desgastaba cada vez más. Pero no ocurría ni una cosa ni la otra. La gente no llegaba, y la muerte tampoco. Estaban compitiendo en una especie de macabra carrera en la que él era la meta, la llegada, el punto final. ¿Quién llegaría primero? ¿Quién vencería? Si alguien le hubiese preguntado, él definitivamente hubiese preferido la segunda opción. Hubiese hecho cualquier cosa para ayudar a la muerte a ganar la carrera. Pero nadie le preguntó. Porque a nadie le importaba lo que él quisiera.


Estaba allí sentado, terminando su café teñido de un naranja óxido espeluznante. Sentía que su cara había tomado el color del café. Sólo lo sentía, porque no podía verse, no tenía dónde. Llegó a pensar que era mejor que no hubiese espejos. ¿Y si no reconocía su propia imagen en el reflejo? ¿Y si, peor aún, la reconocía pero sentía asco de lo que veía? Los espejos no siempre reflejan lo que uno quiere ver. Además, la mayoría de las veces engañan.

Él seguía ahí, sentado, pensando en una frase que había escuchado alguna vez sobre los espejos. Decía algo así como que es necesario, más que mirarse al espejo, mirar al de al lado, al que vive como nosotros, a ver cómo nos ve. Pero él no tenía a nadie al lado. Una simple taza de oxi-café y una sucia hornilla de barro cocido. Se enojó, otra vez. La ira recorrió todo su cuerpo, cada nervio, cada órgano, cada porción de lo que todavía vivía adentro suyo. Los músculos de la cara se le contrajeron en una espantosa mueca de dolor.


Ya no aguantaba más. Se regaló tres minutos más de margen. No tenía sentido alargar el sufrimiento. Sino pasaba nada en tres minutos, haría trampa para que gane la carrera su competidora favorita. Forzaría el destino, y él al fin terminaría su instancia en ese mundo que tanto le quitó y tan poco le dio. La balanza no estaba en equilibrio. Encontró una bolsa de nylon. Se la colocó sobre la cabeza. Faltaban treinta segundos. Sabía que lo iba a hacer. Comenzó la cuenta regresiva y ató la bolsa a su cuello. Pasaron cinco minutos y la puerta sonó. Golpearon tres veces.


No escuchó.

domingo

Historias de una mini-vida


Recibió el impacto de la primera gota sobre su cabeza. Sintió paz. La carga que llevaba parecía más liviana. Sonrió. Aunque fuera igual a las demás, en ese momento se sintió especial, única.
La hoja que llevaba en la espalda ofició de paraguas. Pero ella no lo quería. Lo único que deseaba era sentir las gotas chocando su cara, humedeciéndole las mejillas. Eso era placer. Sin embargo, la hoja no le permitía disfrutar de ese momento único. Pocas veces le tocaba salir en días así. Las demás la creían débil. ¿Por qué sería? No le importaba. Allí, viendo el cielo iluminado como nunca antes lo había visto, nada le importaba.

Decidió dejar la hoja a un lado. Sabía que eso le traería problemas, pero eso, simplemente, no le importaba. Detuvo su marcha y se apartó del sendero. Miró para atrás y percibió la mirada acusadora de sus compañeras. Venían exhaustas, una atrás de la otra, cargadas a más no poder. Ninguna disfrutaba tanto como ella. El sonido del repiquetear de las gotas en las hojas le llenaba el alma. Se quedó quieta, con la mirada fija en algún punto lejano en el horizonte.

Esa noche tuvo prohibida la entrada a su casa. Sus compañeras la trataron de egoísta y haragana. Durmió toda la noche afuera, al amparo de una parra. Las gotas rozaban su piel. Se sintió plena. No le importaba.